LA ESCRITURA COMO TECNOLOGÍA
En su libro Escritura y Oralidad
, Walter Ong planteaba la manera en que el pensamiento
e incluso la conciencia del ser humano habían
cambiado con el advenimiento de la escritura. Las grandes
civilizaciones no hubieran sido las mismas sin ella.
Para Ong, la invención de la escritura se constituía
como uno de los adelantos técnicos más
importantes de todos los tiempos.
La escritura es una tecnología cuyo dominio requiere
de un aprendizaje. Se escribe mediante instrumentos,
ya sean tabletas de barro y punzones, piedras y cinceles,
papiros o procesadores de texto. Los chinos, por ejemplo,
hablaban de « los 4 tesoros del gabinete de trabajo
del letrado»: wen - fang – szu – pao,
es decir pincel, tinta, papel y piedra de tinta.
Además de la utilización de instrumentos,
se necesita aprender el dominio de un sistema de signos,
jeroglíficos egipcios o mayas, alfabetos cirílicos,
fenicios, árabes, hebreos, ideogramas chinos,
fraseogramas esquimales o cualquiera que fuese.
Luego tenemos la correspondiente serie de reglas espaciales
propias de cada cultura: dirección derecha a
izquierda, izquierda a derecha, arriba hacia abajo,
renglones, márgenes, puntuaciones. El dominio
de la caligrafía china, por ejemplo, puede demandar
una vida entera. Este aprendizaje implica la disciplina,
la paciencia y la perseverancia. Esta práctica
se constituye igualmente como una manera de cultivar
la personalidad y el bien estar tanto espiritual como
físico. De hecho, se cree que estas son las razones
por las que los calígrafos chinos suelen ser
generalmente tan longevos.
En 1900, adquirió gran auge en el medio educativo
norteamericano el método Palmer y generaciones
de niños aprendieron a escribir con él.
El mismo se basaba en la repetición maquínica
de palotes uniformes en tamaño e inclinación.
Si los niños eran zurdos, su mano izquierda debía
inmovilizarse a fin de que aprendieran a utilizar la
mano derecha. Al igual que sucedía con los calígrafos
chinos, para los pedagogos adheridos al método
Palmer, el aprendizaje de la escritura manuscrita, proceso
educativo lento y penoso, contribuía a disciplinar
tanto el cuerpo como la mente y la moral de la juventud
americana.
Luego nos quedarán aun las reglas ortográficas,
gramaticales, etcétera.
SOSPECHAS
Tecnofobia
Todo cambio genera resistencias. Los cambios
tecnológicos han registrado episodios violentos
a lo largo de la historia. A comienzos del siglo XIX,
por ejemplo, en Inglaterra, encontramos a los luditas.
Contrarios a los cambios que aparejaba la Revolución
Industrial, se organizaron a fin de destruir las maquinarias
utilizadas en la industria textil. El mismo lord Byron
salió en defensa de los luditas y pronunció
un discurso en su favor en la Casa de los Lores. Poco
después, en Francia, otro grupo de personas se
resistieron a los avances tecnológicos arrojando
zuecos de madera dentro de las máquinas, actividad
que pasó a la historia con el nombre de “sabotaje”.
En 1870, un grupo de intelectuales ingleses, entre los
que se contaban el escritor, filósofo y crítico
de arte John Ruskin y el artista William Morris, arengaban
contra la incipiente sociedad de masas y los productos
hechos en serie y propiciaban la vuelta a lo rústico
y lo artesanal.
A lo largo del siglo XX el resquemor hacia lo tecnológico
se manifestó en paradigmáticos símbolos
culturales, desde la falsa María de Metrópolis
hasta Hal, la computadora despechada, en 2001. Curiosamente
en 1997, la computadora Deep Blue, desarrollada por
IBM, hizo realidad la premonición de Kubrick
al derrotar, mediante un error no programado, al campeón
mundial de ajedrez Gary Kasparov.
Grafofobia
Con respecto a la escritura, la misma provocó
desde sus comienzos reacciones adversas. En el Fedro,
Platón deja registrado el mítico momento
en que el dios egipcio Theuth, inventor de la aritmética,
la geometría, la astronomía, el ajedrez
y el juego de dados, presenta al rey Thamus su nuevo
invento: la escritura.
“Esta invención, mi
rey, hará más sabios a los egipcios
y aliviará en mucho su memoria. He descubierto
un medio contra la dificultad de aprender y retener
lo aprendido –proclamaba Theuth al mostrar su
invención.
-Ingenioso Theuth –le respondió desconfiado
el rey-, tú, como apasionado inventor de la
escritura, le atribuyes un efecto contrario a su efecto
verdadero. En el ánimo de los que le conozcan
sólo producirá el olvido pues les hará
descuidar la memoria en tanto que dejarán a
los caracteres materiales el cuidado de reproducir
sus recuerdos. Además, cuando hayan aprendido
muchas cosas sin maestro se creerán bastante
sabios. Cuando lees los textos crees que los oyes,
pero pregúntales algo y siempre te contestarán
lo mismo. ”
El rey Thamus desconfiaba de la
nueva tecnología y consideraba que, lejos de
ser de utilidad para los hombres, la misma podía
llegar a ser nociva, peligrosa y de un valor incierto.
La escritura ha sido acusada, a lo largo de los siglos,
de ser un arma de poder y de dominio. La misma ha servido
para que los poderosos escriban las leyes y la historia
y sometan a los pueblos. La misma instaura una frontera
insalvable entre los hombres que saben escribir y leer
de los que no saben. También ha sido temida y
sospechada, quizás a causa de su cualidad muda,
de portar secretos mágicos. Baste mencionar la
tradición cabalística hebrea, el Picatrix,
clásico libro de magia árabe que consigna
el poder de talismanes rubricados con palabras que se
relacionaban con planetas y constelaciones de estrellas
o, en la mitología cristiana, el apócrifo
Libro de Enoch, que cuenta cómo este
profeta enseñó la escritura a los hombres
a espaldas de Dios.
Desde sus orígenes, como señala Roland
Barthes, la escritura ha tenido por fin no el comunicar
y educar a los hombres sino el ocultar y dividir. La
criptografía sería, en este sentido, la
verdadera vocación de la escritura.
Cuando las tecnologías se unen a la escritura,
el recelo se duplica. Las maneras de tecnologizar la
palabra siempre fueron recibidas con resquemor. La máquina
de escribir fue considerada desde sus comienzos como
un objeto inhumano, que además, deshumanizaba
a quien la utilizaba: secretarios y oficinistas alienados
dentro de la sociedad moderna que requería cada
vez de servicios más veloces y homogéneos.
De allí que las firmas de cartas y documentos,
aun siendo escritos a máquina por estos trabajadores,
fueran realizadas manualmente por sus jefes.
La aparición de la imprenta, de los diferentes
sistemas de reproductibilidad técnica de la palabra,
de internet han sido además recibidos siempre
con recelo por su capacidad de expandir mensajes y saberes.
Se ha dicho y se dice aun hoy, por ejemplo, que estos
pueden llegar a donde no deben llegar, que pueden ser
malentendidos, que puede hacerse un mal uso de los mismos.
De la máquina humana
al hombre máquina
Si por un lado tenemos máquinas como Hal o a
los replicantes de Blade Runner, sofisticadas máquinas
tan perfeccionadas que han comenzado incluso a tener
sentimientos humanos, por otro lado tendremos a seres
biónicos poderosos, indestructibles, inmortales,
donde lo tecnológico actúa mediante prótesis
de extensión del cuerpo o de reconfiguración
de los sentidos, como Robocop, por ejemplo. Todos ellos
serán seres híbridos, cyborgs.
La oposición entre hombre y máquina ha
dado lugar a numerosas leyendas como, por ejemplo, la
del Golem (criatura artificial hecha a semejanza del
hombre por el rabino Loew, en Praga, cuyo cuerpo se
animaba a partir de un particular código lingüístico
o palabra clave escrita en su frente) o a variados personajes
de ficción, desde el Maître Zacharius
de Julio Verne o la Eva futura de Villiers
de l'Isle-Adam hasta el mismo Pinocchio de
Carlo Collodi.
¿Hasta donde son diferentes el cerebro humano
y una computadora? ¿Puede una máquina
pensar? ¿Puede crear obras literarias o musicales?
¿Puede tener sensibilidad?
En el siglo XVII, los filósofos reflexionaban
sobre estas cuestiones.
René Descartes, impresionado con la proliferación
de autómatas que se comenzaban a construir en
su época, consideraba que, si bien las máquinas
podían demostrar un comportamiento racional y
lógico, el mismo era fijo e invariable y no podía
adaptarse a nuevas situaciones o cambiar su comportamiento
de acuerdo a las diferentes circunstancias como lo haría
un humano.
“Si hubiera otras máquinas
semejantes a nuestros cuerpos y que imitasen nuestras
acciones cuanto fuere moralmente posible, siempre
tendríamos dos medios seguros de reconocer
que no por eso eran hombres verdaderos. El primero
sería que jamás podrían usar
de las palabras ni de otros signos compuestos de ellas
como hacemos nosotros para declarar a los demás
nuestros pensamientos. Pues se puede concebir que
una máquina esté hecha de tal manera
que profiera palabras pero no que arregle las palabras
de diversos modos para responder según el sentido
de cuanto en su presencia se diga como pueden hacer
aun los más estúpidos de los hombres.
La segunda manera de diferenciar las máquinas
de los hombres es que por más que las primeras
sean capaces de realizar determinadas cosas en ocasiones
incluso mejor que algunos de nosotros, no podrán
hacerlo en otras, por lo cual descubriremos que no
actúan debido a un conocimiento sino simplemente
de acuerdo a la particular disposición de sus
partes.”, decía Descartes.
Descartes, por supuesto, daba clara
primacía al espíritu sobre el cuerpo.
La concepción cartesiana fue considerada válida
durante mucho tiempo. Sin embargo, en las primeras décadas
del siglo XX el conocimiento de que en los seres vivientes
espíritu y razón surgen del funcionamiento
de dispositivos simples organizados alrededor de la
percepción del cuerpo comenzó a dar argumentos
a quienes pretendían crear sistemas de inteligencia
artificial.
En 1936, Alan Turing, planteó el concepto de
“computabilidad”. (Turing, 1992) Según
él, algo (fuera un número, un teorema,
una acción, un comportamiento) era computable
si existía una máquina capaz de computarlo.
El hecho de que una máquina pudiera computarlo
o no dependía exclusivamente de su cantidad de
memoria disponible. Si una máquina tuviera la
suficiente memoria, podría computar sin problemas
comportamientos tan complejos como los humanos.
Turing propuso igualmente un test para verificar hasta
dónde una máquina podía ser “pensante”:
un examinador está conectado a dos terminales
a las cuales no tiene acceso visual. En una de ellas
hay una computadora y en la otra un ser humano. El examinador
debe determinar en cuál terminal está
cada uno de ellos. Según Turing, siguiendo su
test un examinador tendría únicamente
un 70 por ciento de posibilidades de equivocarse.
Para él, antes de que terminara el siglo XX el
concepto de “máquina pensante”estaría
completamente asimilado por nuestra cultura.
En 1948, Norbert Wienner publica su libro Cybernetics
or control and communication in the animal and the machine
(Cibernética o control y comunicación
en el animal y la máquina). Allí describe
una nueva manera de entender cómo funciona el
mundo basado en sus experiencias sobre las formas en
que la información es transmitida y procesada.
Wienner concebía un mundo focalizado en la información
en lugar de en la energía y en procesos numéricos
y digitales en lugar de maquínico-físicos
o analógicos. En su libro Dios y el Golem,
por su parte, juega con la idea de un mundo donde las
máquinas puedan incluso superar en inteligencia
a sus propios creadores.
Los trabajos de Wienner, así como los de Turing
y los de Von Neumann, cambiaron radicalmente la imagen
de nuestros procesos mentales que de estados psicológicos
más o menos oscuros, más o menos nebulosos
e impalpables, pasaron a ser concebidos como simples
circuitos que permitían diferentes pasajes de
información.
Este tipo de estudios fueron rápidamente asimilados
tanto en el campo de la lingüística como
en el de la literatura. En la década del 60,
Italo Calvino entiende al lenguaje mismo como una máquina
y al escritor también como una máquina
de combinar palabras a partir de determinadas reglas.
Máquinas de pensar
Así como Leibniz, cuya concepción del
pensamiento humano era completamente maquínica,
construyó una máquina de calcular en 1670
capaz de multiplicar, dividir y sacar raíces
cuadradas, en 1840 Charles Babbage y Ada Lovelace, la
hija de Lord Byron, imaginaron la construcción
de una máquina pensante. Babbage pretendía
reemplazar las imperfectas máquinas basadas en
tablas de logaritmos que se utilizaban en la navegación
con otras máquinas más sofisticadas que
hicieran los cálculos e imprimieran los resultados.
Lovelace soñaba con una máquina que compusiera
música pero que a la vez pudiera calcular las
probabilidades de, por ejemplo, una carrera de caballos.
Para construir su máquina, partieron de la tecnología
que en la época se utilizaba para tejer Jacquard
y que funcionaba mediante un sistema de tarjetas perforadas
que controlaban automáticamente la disposición
de los hilos en los telares. Sin embargo, en su práctica,
no obtuvieron mayores resultados.
Máquinas de leer
La idea de una máquina de leer ha estado presente
en la historia de la literatura.
En l937, en ocasión de una exposición
surrealista, Raymond Roussel presenta una máquina
a partir de la cual podía leerse su propio libro
Nouvelles Impressions d’Afrique, cuyo
texto estaba construido a partir de comentarios al margen,
notas al pie y paréntesis que solían llegar
a tener hasta nueve niveles de inclusión. Esta
máquina consistía en una especie de fichero
cilíndrico en el cual las fichas se presentaban
enhebradas y coloreadas de acuerdo al diferente nivel
de inclusión de cada una de las frases.
En La vuelta al día en ochenta mundos,
Julio Cortázar menciona, así mismo, una
máquina para leer su novela Rayuela diseñada
por un miembro del Instituto de Altos Estudios Patafísicos
de Buenos Aires. Cortázar presenta una serie
de diagramas, proyectos y diseños para la misma,
consistente en una suerte de mueble plagado de gavetas
junto con una lista de instrucciones de uso. Por ejemplo:
A-Inicia el funcionamiento a partir del capítulo
73 (sale la gaveta 73); al cerrarse esta se abre la
No.1 y así sucesivamente. Si se desea interrumpir
la lectura, por ejemplo, en mitad del capítulo
16, se debe apretar el botón antes de cerrar
esta gaveta.
B-Cuando se quiera reiniciar la lectura a partir del
momento en que se ha interrumpido, bastará apretar
este botón y aparecerá la gaveta No 16,
continuándose el proceso.
C- suelta todos los resortes de manera que pueda elegirse
cualquier gaveta con solo tirar de la perilla. Deja
de funcionar el sistema eléctrico.
D-Botón destinado a la lectura del Primer Libro,
es decir, del capítulo 1 al 56 de corrido. Al
cerrar la gaveta No 1, se abre la No 2 y así
sucesivamente.
E-Botón para interrumpir el funcionamiento en
el momento en que se quiera, una vez llegado al circuito
final: 58, 131, 58, 131, 58, etc.
F- En el modelo con cama, este botón abre la
parte inferior, quedando la cama preparada.
En la actualidad la fantasía de una máquina
que pueda leer por sí misma se ha hecho realidad
con las máquinas de leer para ciegos, consistentes
en unos scanners que procesan el texto y lo convierten
en señales de audio.
Máquinas de escribir
o el escritor como máquina
En 1726, en Gulliver’s Travels, Johnathan
Swift nos presentaba una máquina que consistía
en un bastidor compuesto de varios trozos de madera
eslabonados entre sí por delgados alambres. Esos
trozos de madera estaban cubiertos, a su vez, en cada
uno de sus lados, por trozos de papel pegado en los
que se hallaban escritas toda clase de palabras sin
ningún tipo de orden. Cada vez que unas palancas
de hierro se activaban, los trozos de madera giraban
y cambiaban la disposición de las palabras. A
partir de esta máquina, podrían escribirse
por igual libros de filosofía, poesía,
política, derecho, matemática, teología,
etcétera. No puede dejar de verse en este fragmento
de la obra de Swift la burla implícita a concepciones
maquínicas del lenguaje como la de Leibniz.
Poco después, Europa comienza a poblarse de autómatas-escribas.
Famosos son los autómatas escritores de Friedrich
von Knaus (1753), quien antes de su construcción
había estudiado largamente el problema de la
escritura automática, y de Pierre Jaquet-Droz
(1774). Tanto en un caso como en otro, estos autómatas
eran capaces de cargar por sí mismos sus plumas
en tinteros y de trazar frases enteras en hojas de papel.
En 1874, apareció en el mercado la primera máquina
de escribir patentada por la firma Eliphalet Remington
e hijos, misma firma fabricante de los famosos rifles
Remington. Esta nueva tecnología tendría
una fuerte influencia tanto en el crecimiento comercial
americano como en la emancipación de la mujer.
Con la aparición de las computadoras se adoptará
una actitud completamente nueva frente a la palabra
escrita debido a que las mismas son capaces de fundir
en una misma acción composición y publicación.
Por otra parte, la noción del mismo escritor
como máquina para escribir está presente
en una serie de autores como el antes citado Calvino
(quien habla del escritor como una máquina literaria),
en William Burroughs o en Brion Gysin (quien hablará
de poesías maquínicas), entre otros.
Los medios digitales permitieron, además, realizar
una serie de programas de escritura para ser utilizados
por las propias máquinas. El Brutus.1, sistema
de generación de prosa narrativa desarrollado,
al igual que Deep Blue, por I.B.M. incluye acciones
como el planeamiento narrativo, el planeamiento a nivel
de la oración, un sistema de elección
léxica, revisión de textos a nivel gramatical
y ortográfico junto con un menú de 2,363
situaciones narrativas diferentes.
Textos como los diseñados por el Brutus 1 nos
hacen volver a cuestionarnos hoy qué es lo propiamente
humano y qué no lo es.
En "A surreal space odyssey through the wounded
galaxies", la última narración de
The Soft Machine (1961), William Burroughs establecía
su propio mito de la creación: imaginaba el comienzo
de la raza humana como un desastre biológico.
Los monos se convertían en hombres debido a que
se infectaban con un virus que mataba a la mayor parte
de la especie y hacía mutar al resto. Los sobrevivientes
sentían una dolorosa invasión en sus cuerpos
de una fuerza exterior que gradualmente producía
el comportamiento humano. La humanidad se desarrollaba
precisamente a partir de esta enfermedad que era la
enfermedad del lenguaje.
The “soft machine”, la “máquina
blanda”, no es otra cosa que el ser humano, controlado
y manipuleado a partir del propio lenguaje. El escritor,
por su parte, no será otra cosa que una máquina
de programar sistemas de signos; todo libro, como ya
señalaban Gilles Deleuze y Felix Guattari al
comenzar Mil Mesetas, será una pequeña
máquina y toda aventura textual implicará
por sí misma la puesta en marcha de una serie
de máquinas culturales.
BIBLIOGRAFÍA
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sobre la escritura”, en Campa, Ricardo, La
escritura y la etimología del mundo, Buenos
Aires, Sudamericana.
Calvino, Italo (1983), “Cibernética y fantasmas”,
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Jacques Derrida (1972), "La pharmacie de Platon",
en La dissémination, París, Seuil.
Burroughs, William (1992): The soft machine,
Boston, Atlantic Monthly Press.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1980) : Mille
Plateaux, Paris, Editions de Minuit.
Ong, Walter (1982), Orality and Literacy: The Technologizing
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Platón (1976), Fedro, en Diálogos
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Roussel, Raymond (1963), Nouvelles impressions d’Afrique-
L’ame de Victor Hugo, Paris, Editions Pauvert.
Swift, Johnathan (1998), Gulliver’s Travels,
Oxford, Oxford University Press.
Turing, Alan (1992), Collected Works of A.M. Turing,
Milton Keynes, Open University, (Volume 1: Mechanical
intelligence).
Wienner, Norbert (1948), Cybernetics or control
and communication in the animal and the machine,
Massachusetts, The MIT Press.
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