1- mediante representaciones visuales de máquinas
Posiblemente el movimiento que más contribuyó
a unir las máquinas y el arte haya sido el futurismo.
El manifiesto de 1909 acentuó el rol estético
de las mismas y realizó una apología del
progreso en la sociedad moderna. La velocidad, convertida
en religión y moral, tuvo consecuencias directas
en, por ejemplo, la destrucción del verso poético
tradicional. Los motivos del automóvil, el tren,
el avión fueron frecuentes entre los artistas
y poetas futuristas. El dadaísmo, por su parte,
incorporó la máquina proponiendo una poética
basada en su cualidad objetiva que la enfrenta al subjetivismo
de la expresión romántica y a la noción
de sujeto centrado del modernismo en general.
Hacia 1915, Francis Picabia comenzó a realizar
una serie de imágenes “mecanomorfas”.
Entre ellas encontramos los “retratos máquinas”
(en los que representaba, por ejemplo, a Alfred Stieglitz
como una cámara fotográfica, a Paul Haviland
como una bombilla eléctrica, a Marius de Zayas
como una máquina consistente en un corset femenino
adosado a un motor diesel, a Agnes Meyer (una coleccionista
amiga de Zayas) como una bujía o a sí
mismo como un mecanismo armado a partir de una bocina
y una bujía) o la famosa pintura L'Enfant
Carburateur (El niño carburador), de 1919,
basado en un diagrama de ingeniería de un carburador
pero en donde las nominaciones de las diferentes partes
del mismo han sido sustituidas por partes del cuerpo
humano. Además de la identificación hombre-máquina,
encontraremos en estas obras un tratamiento irónico
acerca de la infalibilidad de las ciencias y de la fe
en el progreso técnológico.
2- mediante máquinas constituidas en
obras de arte
Con respecto a las máquinas constituidas en obras
de arte, encontraremos, por ejemplo, las Rotativas
de Duchamp, de 1920, serie de objetos móviles
realizados a partir de los estudios de óptica,
ingeniería y matemáticas de este artista
y cuya idea era presentar un objeto de arte que no fuera
estático como una pintura sino más bien
que se presentara como una máquina en acción.
En 1960, Jean Tinguely por su parte presentó
en el Moma de Nueva York su Homage a New York.
El mismo consistía en una máquina compuesta
por numerosas ruedas de bicicleta, un timer
que cada tres minutos influía en ocho diferentes
circuitos eléctricos, cada circuito disparador,
a su vez, de alguna acción que contribuía
a la destrucción de la totalidad de la estructura
de la máquina, una resistencia que sobrecalentaba
y derretía algunas de las zonas metálicas,
un globo meteorológico dispuesto para explotar
en medio de la presentación, un piano sobre cuyo
teclado se habían colocado velas, un balde lleno
de gasolina que, cada tres minutos se vaciaría
sobre estas velas, una palangana llena de amoníaco
sobre la que se echaba en determinado momento tricloridrato
de titanio lo cual produciría una densa cantidad
de humo que envolvía a los espectadores, etcétera.
El Homenaje a Nueva York, escultura cinético-suicida,
fue una de las tantas “máquinas autodestructivas”
propuestas por Tinguely.
En 1994, Nam June Paik presenta su Global Encoder,
robot capaz de enviar y descifrar mensajes electrónicos.
Paik ha realizado numerosos robots ensamblando monitores,
viejos televisores y radios y armando con ellos figuras
antropomórficas. Ha realizado inclusive familias
enteras de robots. Mediante la humanización de
la tecnología, el artista presenta su visión
irónica de los parámetros sociales.
3- mediante la aplicación de tecnología
a fin de crear nuevas formas visuales
La aplicación de tecnología para realizar
nuevas formas visuales se ha venido registrando a lo
largo de la historia del arte. Famosos son, por ejemplo,
los grabados de Durero que representan diferentes máquinas
de dibujar como aquella donde entre el ojo del dibujante
pintor y el objeto a ser dibujado existe una plancha
con una cuadrícula que servirá para ir
fragmentando las diferentes porciones del dibujo que
luego serán transferidas a una hoja de papel
igualmente cuadriculada, o aquella consistente en una
aguja y un sistema de hilos y poleas, donde cada punto
marcado por la aguja sobre el objeto a ser dibujado
determina un punto diferente en el papel de dibujo de
forma que la correspondencia entre los diferentes puntos
irá determinando el dibujo resultante.
También se han producido numerosas propuestas
de diseños de “instrumentos sinestésicos”.
Mientras que en 1919 el artista dadá Raoul Hausmann
construía su obra L’esprit de notre
temps, tete mécanique (El espíritu
de nuestro tiempo, cabeza mecánica) -cabeza de
maniquí de madera ensamblada con un centímetro
de costura, un mecanismo de reloj, un monedero, etcétera-
donde planteaba la manera en que el hombre toma los
conocimientos, los mide, los define y les da precio
y establecía así una estrecha relación
entre el pensamiento y la máquina, hacia 1920,
presentó el proyecto para su Optófono,
aparato que pretendía convertir las señales
sonoras en señales luminosas y viceversa.
En la década de 1960, en Buenos Aires, Fernando
von Reichenbach realizó en el Laboratorio de
Investigaciones Musicales del Instituto Di Tella su
Conversor gráfico analógico siguiendo
premisas similares. Notemos la manera en que ambos se
adelantan a las posibilidades luego utilizadas por las
tecnologías digitales, donde tanto imágenes
como texto como sonido son codificadas universalmente.
Brion Gysin, artista visual conocido tanto por sus propias
obras como por sus obras en colaboración con
el escritor norteamericano William Burroughs, desarrolló
en 1959 su Máquina de sueños.
Gysin anotó un día en su diario la siguiente
experiencia:
“Hoy tuve una experiencia dada por una tormenta
de visiones coloreadas cuando iba a Marsella en autobús.
Íbamos por una carretera bordeada por árboles
y yo cerré mis ojos mientras el sol caía
en el horizonte. Una sobrecogedora marea de intensos
y brillantes colores explotó sobre mis párpados,
como un calidoscopio multidimensional girando en el
espacio. Me sentí trasladado fuera del tiempo.
La visión concluyó abruptamente cuando
pasamos los árboles del camino. ¿Acaso
fue una visión lo que experimenté? ¿Qué
era lo que me había sucedido?”
Años más tarde, Gysin encontraría
la respuesta en un libro que Burroughs le había
prestado, The Living Brain (El cerebro viviente),
escrito por el Dr. W. Grey Walter, un neurólogo
que estudiaba las ondas cerebrales y que planteaba que
las luces fluctuantes alteraban la actividad no solamente
el cortex visual sino del cerebro en su totalidad.
Gysin, con la colaboración del matemático
Ian Sommerville, decidió construir una máquina
capaz de reproducir el centelleo de luces que había
experimentado camino a Marsella. Fue así como
nació la Máquina de sueños,
un cilindro productor de visiones intensamente placenteras,
capaces de relajar al espectador al punto de llevarlo
a un particular estado de “iluminación”.
La producción de estas imágenes oníricas
llevó a Gysin a cuestionarse sobre la naturaleza
del arte, del color y de la visión. Tanto él
como Burroughs experimentaron largamente con esta máquina.
4- mediante la utilización de medios
tecnológicos a fin de crear nuevos modelos estéticos
La aparición de medios como el video (heredero
tanto del futurismo -donde la combinación arte-máquina
se consideraba suprema- como de la ideología
generada por la escultura cinética) y luego de
las tecnologías digitales dieron lugar a nuevas
prácticas artísticas y nuevos cuestionamientos
acerca del papel de las artes.
Las particulares características del video cambiaron
radicalmente el campo artístico con las posibilidades
dadas por los circuitos cerrados, el tiempo real y la
reflexibilidad. Tal fue el caso de la obra de Bruce
Nauman Performance del pasillo (1969), que
enfrentó por primera vez al espectador con su
propia imagen, registrada por una cámara de vigilancia
colocada al final de un angosto y claustrofóbico
túnel que debía atravesar.
El video portátil surgió hacia finales
de la década del 60 y llevó a muchos artistas
visuales (entre ellos a varios miembros del grupo Fluxus)
a utilizarlo con objetivos socio-políticos concretos.
Se ha señalado la manera en que la aparición
del video coincide con un momento de fuerte idealismo
sobre el cambio cultural y el pluralismo social. Esta
tecnología se presentaba como un medio mediante
el cual sublevarse contra el stablishment de la televisión
comercial. Comunes eran en ese entonces los términos
“televisión guerrillera” o “video
activismo” que referían directamente a
las potencialidades subversivas del medio. Para muchos,
este significaba una concreta posibilidad de boicot
contra las cadenas informativas y, además, posibilitaba
que todo el mundo pudiera expresarse. De allí
otra expresión de la época: «Make
your own television» (Haz tu propia TV). En su
manifiesto Utopian Laser Television, de 1962,
Nam June Paik, apuntando en esta dirección, proponía
una nueva forma de comunicación basada en miles
de canales. Cada canal transmitiría programas
a aquellas audiencias que quisiera verlo, sin importar
si las mismas estaban constituidas por 1.000.000 de
espectadores o por uno solo. Así, cada quien
podría elegir el programa que quisiera. La idea
de Paik se haría realidad años más
tarde, a partir de la televisión por cable y
los medios digitales.
Junto a las reflexiones de Paik, surgieron en los Estados
Unidos colectivos de arte cuya meta era cambiar la sociedad
y descentrar los núcleos informativos volviéndolos
inestables y múltiples. Por ejemplo el colectivo
Videofreex, que desde 1972 a 1977 realizó una
serie de transmisiones desde un estudio clandestino
construido en el garaje de una casa, desafiando las
regulaciones federales. A partir de ese momento, surgieron
una serie de estaciones de televisión y de radio
piratas que constituyeron una importante parte de la
contracultura en la década de 1980.
En la década del 1990, el arte de redes dio a
su vez lugar a una serie obras colectivas en donde los
límites público-privado e información-contrainformación
se cuestionaban.
En 1994, Antoni Muntadas, artista visual catalán,
presentó su obra File Room. La misma
se constituye como un archivo en la red sobre casos
de censura. El mismo puede ser consultado en línea
y los usuarios también tienen la posibilidad
de incorporar nuevos casos. La idea es la de generar
un registro de casos de censura que se han venido sucediendo
desde siempre y en todas las culturas para reflexionar
a cerca de cuales son las cosas que pueden ser dichas
o mostradas y cuales no en los diferentes momentos de
la historia. Este sitio está concebido como espacio
crítico, abierto y en proceso.
En 1999, el artista mexicano Rafael Lozano-Hemmer, realizó
en el Zócalo (Ciudad de México) su obra
Alzado vectorial. Para este proyecto se valió
de 18 reflectores de luz de cañones antiaéreos
colocados en los alrededores de la plaza. Utilizando
un interfaz virtual en internet, los usuarios podían
diseñar sus propias puestas de luces. De esta
manera, el paisaje urbano se vió convertido en
una verdadera escultura lumínica interactiva.
CONCLUSIÓN
En el siglo XX, el concepto de máquina se presentó
como subversivo respecto a las tradicionales ideas de
Arte, Belleza y subjetividad. A medida que avanzó
el siglo, se desarrollaron igualmente una serie de metáforas
como las de hombre-máquina y sociedad-máquina
así como un particular interés por los
sistemas “maquínicos” como, por ejemplo,
el lenguaje.
La idea de hombre-máquina fue planteada en 1748
por Julien Offray De La Mettrie en su clásico
libro El hombre-máquina. La Mettrie
concebía al cuerpo humano como un mecanismo complejo.
El pensamiento, por su parte, podía ser considerado
como energía motriz, al igual que la electricidad
lo era para las máquinas. A comienzos del siglo
XX, la idea de hombre-máquina representó
el paradigma del hombre condicionado por la sociedad,
mecanizado él mismo, convertido en un engranaje
de la maquinaria social. En 1966, en su novela The
soft machine, William Burroughs imaginó
la manera en que una serie de primates veían
sus cuerpos invadidos por un virus que gradualmente
producía en ellos síntomas del comportamiento
humano. La humanidad se habría desarrollado así
a partir de esta enfermedad que no es otra que la enfermedad
del lenguaje. La “máquina blanda”
es el mismo ser humano en tanto controlado y manipuleado
a partir del lenguaje.
En la década de 1980, la idea de hombre-máquina
fue a su vez replanteada por Donna Haraway en El
Manifiesto Cyborg. Allí, ella propuso a
estos seres híbridos de máquinas y organismos
como posibilidad de replantear nuevas subjetividades.
Harraway acentuó en su texto la importancia de
deconstruir las fronteras entre los diferentes conceptos.
Un cyborg es una criatura de un mundo postgenérico
que trata sobre límites transgredidos; sobre
identidades contradictorias y parciales.
Las máquinas han contribuido igualmente a ampliar
los horizontes mentales y perceptuales de los seres
humanos, presentándose muchas veces como prótesis
de potenciación de los sentidos (microscopios,
telescopios, micrófonos, altoparlantes, máquinas
infrarrojas, etcétera) o como mecanismos que
permiten el traslado hacia lugares insospechados (naves
espaciales, submarinas, etcétera). El arte se
ha valido muchas veces de estas posibilidades.
Desde los años 70, vivimos el cambio desde una
sociedad orgánica e industrial hacia un sistema
polimorfo de información. El uso de medios tecnológicos
para crear nuevos modelos estéticos, se ve pronto
convertido en un proceso crítico donde la revisión
de los conceptos tradicionales de la historia del arte
lleva igualmente al replanteo de las formas tanto de
la percepción como del conocimiento. Lleva así
mismo a un cuestionamiento de las relaciones sociales,
del límite entre lo público y lo privado
y de las maneras de distribución de la información.
Se rastrean también cambios en las dimensiones
del espacio y tiempo propios de la obra de arte tradicional.
Asistimos al fin del espacio y del tiempo homogéneos
del modernismo e ingresamos en una nueva topología
de espacios y tiempos lisos, en un sentido deleuziano,
cuyos puntos se presentan como intercambiables e indiscernibles.
Las características de los nuevos dispositivos
tecnológicos deconstruyen también la obra
de arte en tanto singularidad. Por una parte por sus
posibilidades de reproductivilidad y su inmaterialidad.
Pero igualmente por el carácter colectivo que
adquieren los procesos de producción y recepción.
La obra ya no es objeto único sino que comprende
diferentes instancias tales como el concepto propuesto
por el artista, el proceso de la creación (que
puede ser llevado a cabo tanto por el artista como por
el público) y el sistema físico resultante
(es decir la obra perceptible, sea esta material o inmaterial).
El filósofo español José Luis Brea
dirá: “No debemos pensar hoy la cultura
como una entrega que realiza un artista genio a un destinatario
individuo sino como un operador específico en
cuyo espacio de praxis ese sujeto es producido.”
No se trata de pensar que la destinación del
arte se ha trasladado simplemente de un sujeto individual
al colectivo “las masas”, sino de entender
que las nuevas prácticas han determinado nuevas
subjetividades colectivas surgidas a partir de nuevas
prácticas enunciativas y significantes post-identitarias
y post-esencialistas.
BIBLIOGRAFÍA
BREA, JOSE LUIS (2003), La obra de arte y el fin
de la era de lo singular, Madrid, MNCARS
BURROUGHS, WILLIAM (1966), The soft machine,
New York, Grove Press
HARAWAY, DONNA (1985), "Manifiesto para Cyborgs:
ciencia, tecnología y feminismo socialista a
finales del siglo XX", Eutopías,
2a época, Centro de Semiótica y Teoría
del espectáculo y Departamento de Teoría
de los Lenguajes, Universidad de Valencia.
MARINETTI, TOMASSO (1968), “El manifiesto futurista”,
en DE MICHELI, MARIO, Las vanguardias artísticas
del siglo veinte, Córdoba, Edición
Universitaria de Córdoba
PAIK, NAM JUNE (1964), “Utopian Laser Television”,
Manifestoes. Nueva York, Something Else Press.
STURKEN, MARITA (1989), “La elaboración
de una historia: paradojas en la evolución del
vídeo", El Paseante n.12, Madrid,
Ediciones Siruela.
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